Este breve descanso mejora el rendimiento cognitivo de la tarde, afianza lo aprendido, baja la presión arterial y mejora la autoestima
CRISTINA BISBAL DELGADO6 FEB 2019 – 17:25 CET
Se acerca el mediodía, a veces ni siquiera has comido, y el intenso e inevitable sopor comienza a cerrarte los ojos. Los párpados te pesan, apenas puedes leer la pantalla del ordenador y, si pudieras medirlo, sabrías que tu ritmo cardiaco se ralentiza. Es lo que se llama ‘ganas de siesta’, una sensación que habitualmente se apodera de nosotros tras la comida y que puede hacernos sentir terriblemente culpables… ¿Quién va a dormirse un ratito con todo lo que hay que hacer y trabajar después de comer? Pero no deberíamos sentirnos así, los beneficios de la siesta son incontables y, entre ellos, figura el de aumentar el rendimiento por la tarde.
El cuerpo humano es sabio y no pide dormir por capricho. Al menos, eso dicen los científicos. Según un estudio de la Universidad de Adelaida, en Australia, publicado en 2010, las siestas pueden mejorar el rendimiento cognitivo. Una investigación dirigida por el cardiólogo griego Manolis Kallistratos, presentada en el congreso de 2015 de la Sociedad Europea de Cardiología, también describe beneficios para la presión arterial: los investigadores calcularon que las personas que se echan un sueñecito tienen, de media, una tensión un 5% más baja que quienes no la hacen.
La memoria también se ve claramente beneficiada entre las personas que se dejan llevar por el sopor, según una investigación de Universidad de Saarland, en Alemania, en la que los investigadores se centraron en el papel del hipocampo. Por su parte, la Fundación Nacional para el Sueño de EE UU afirma que «pueden restaurar el estado de alerta, mejorar el rendimiento y reducir los errores y accidentes».
Javier Puertas, vicepresidente de la Sociedad Española de Sueño (SES) y jefe del servicio de Neurofisiología y Unidad de Sueño del Hospital de La Ribera, en Valencia, asegura que esta costumbre ancestral produce una mejora en la capacidad de concentración. Y Mercedes Bermejo, directora de la Escuela Europea de Psicología y Educación, se refiere a un aumento de la inteligencia emocional. «Nuestra actividad cerebral, nuestro estado de ánimo y autoestima también se verán beneficiados», dice. Con todo, no hay valor para echarse la siesta en el escritorio antes de acometer los trabajos de la tarde. Recargar las pilas ya no es lo que era.
No más de 30 minutos, a no ser que trabajes de noche
Pero, ¿por qué nos entran esas ganas de dormir casi imposibles de contener? Eduard Estivill, director de la Clínica del Sueño, explica que «el reloj biológico —que está formado por un grupo de células cerebrales— está programado para que caigamos rendidos entre las 22 y las 24 horas, y que nos levantemos entre las 7.00 y las 9.00. Pero se ha descubierto que, ocho horas después de la hora de levantarnos, el cerebro tiene una pequeña necesidad de sueño». Estivill asegura que hacer caso al cuerpo y dormir un poco puede “aumentar nuestro rendimiento por la tarde entre un 10 y un 12%, y no solo el intelectual sino también el físico”.
Pero no sigas el ejemplo del escritor Camilo José Cela, quien, según decía, se echaba la siesta «con pijama y orinal». Todos los expertos, y los estudios antes mencionados lo corroboran, advierten que no debe durar más de 30 minutos. «Tiene que ser corta, lo que llamamos sueño superficial, que es la primera fase del sueño y que suele durar entre 15 y 25 minutos. Si estamos durmiendo 45 minutos es probable que nuestro cerebro entre en la fase profunda del sueño y es cuando nos levantamos con la cabeza espesa», explica Estivill.
Se refiere a esa sensación tan desagradable de que uno no solo no ha dormido suficiente sino que está aún más cansado que antes de cerrar los ojos –hay trucos para no levantarte de la siesta como un zombi-. Es lo que se conoce como inercia del sueño, una sensación de somnolencia y desorientaciónque en absoluto te ayudará a rendir como es debido por la tarde.
Las siestas largas tienen otra pega: pueden interferir en una buena higiene de sueño. Es decir, provocan un retraso de la hora de irse a dormir. Por eso Estivill solo las considera «aconsejables cuando se trabaja por turnos, o por viajes. En ese caso se puede realizar una siesta de hora y media porque es lo que dura una fase completa de sueño, que comprende el sueño superficial, el profundo y el de tipo REM».
Es natural, no debes sentir vergüenza
A estas alturas y con las cosas tan claras sobre lo bueno que es echar una cabezadita, es lógico preguntarse por qué ha tenido siempre tan mala fama. «Desde la perspectiva del puritanismo protestante anglosajón respecto al trabajo, se ha asociado a la pereza y a un hábito mediterráneo, de países poco productivos. Alejados de estos prejuicios, en muchas fábricas japonesas hace tiempo que se permite la siesta como una forma de mejorar el rendimiento», argumenta el vicepresidente de la SES, Javier Puertas.
Este cambio de imagen internacional tiene que ver, según Puertas, con «que la ciencia ha demostrado que hay una explicación fisiológica desde el punto de vista de los ritmos circadianos, de la fluctuación de la somnolencia y la alerta a lo largo del día. Una adecuada adaptación de horarios y de periodos de descanso mejora el rendimiento y aumenta la seguridad». Eso sí, las indicaciones no son las mismas para todas las personas en todo lo que respecta al sueño. Por ejemplo, un experimento concluyó que los adolescentes rinden más en las clases cuando se levantan un poco más tarde por la mañana.
En todo caso, hasta tal punto se ha aceptado a idea de que la siesta es beneficiosa que no son pocas las grandes empresas que han acondicionado una sala para que sus empleados hagan una siesta. No hay que sentirse culpable por dejarse llevar por la sensación de somnolencia del mediodía. Después de todo, personajes tan productivos como Winston Churchill, Albert Einstein y Margareth Thatcher eran grandes aficionados a la siesta, y no por su cercanía a la cultura española. «No es un invento de los latinos ni mucho menos de los españoles, es una necesidad del cuerpo», concluye Estivill.